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Acerca de la simplicidad y de las ligeras perturbaciones del sentimiento / Jesús Cámara
Óscar Villalón es un pintor realista específico y sumamente excepcional por la sobriedad y la elegancia de su discurso. La textura, el trazo y el color que emplea en sus obras hace que éstas resulten como un armonioso trabajo en el que un estrecho vínculo entre luz, forma y espacio hace evidente la voluntad del artista por idear y descubrir sobre lo conocido, por explorar de nuevo lo escudriñado, haciendo palpable aquello que no fue visto por los demás. Esta manera de pintar revitaliza también el propio ejercicio de la pintura y lejos de posturas maximalistas y agoreras, proclama que la pintura realista y en concreto la española está aún más viva que nunca.
Nuestro artista ejemplifica la conciencia personal que embarga a muchos de los pintores de esta tendencia, saben que estas obras dejan de emocionar cuando sucumben a una representación excesivamente académica del mundo. Villalón cede a un cúmulo de detalles, a un mundo donde las cosas aparentemente tienen su lugar propio, a órdenes conocidos y sin sorpresas. Es precisamente por lograr la eliminación de este exceso de detalles, y por la negativa a moverse sin más dentro del arco de los órdenes acostumbrados, por lo que su obra ha luchado a lo largo de los años. Le ha llevado en diferentes momentos de su carrera a cimas inconfundibles. Para mí estas cimas se pueden resumir precisamente en los géneros que presenta en esta muestra: la naturaleza muerta, el retrato, rincones de Italia –especialmente la Toscana- y su última serie de Venecia.
Ha sido por encima de todo un movimiento hacia la simplicidad, hacia la expresión, a dejar que la obra respire, sugiera e incluya, y hacia una poética del silencio y del vacío. Me vienen a la memoria los retratos de Kasia, Divagación, Dueto o El cronista Raúl Alonso y no puedo, sino encontrar ciertos tics característicos de su manera de hacer; detalles casi zurbaranescos desperdigados en todos ellos. Un cúmulo de sensaciones inunda estos espacios. En concreto, en El cronista Raúl Alonso, crea un cierto aire flotante de la figura de campo entero, que conjura el juego de la memoria, una cierta sensación de una presencia que domina un espacio, el de un hombre ensimismado en la lectura. Está tratando, en pocas palabras, con el espacio de vivir, que es uno de sus temas dominantes. En Libertango nos devuelve a imágenes de amor perdido o de amor que se pierde, perdidas en los silencios de un vacío que las rodea, pero en este caso son menos anecdóticas o narrativas. Son poco más que sensaciones registradas, sin palabras, susurradas suave pero repetidamente. Estos retratos constituyen una muestra extraordinaria sobre el silencio, el vacío y la simplicidad, sobre las ligeras perturbaciones del sentimiento, y sobre la intensidad de lo que sigue sin declararse y lo que está siempre inmanente.
Las naturalezas muertas dan idea de la intención de nuestro creador de la forma en que coge un tema, lo recorre y lo simplifica en pos de un mundo de silencio y esencia abstracta. Siendo casi un ejercicio académico, resultan obras muy atractivas, repletas de matices, de una sensibilidad aguda, íntima, de agradable contemplación. Dirige nuestra atención a repisas y estantes con los más diversos objetos: botellas, jarras, teléfonos, botijas, ceniceros, bandoneones, etc. Es lo conocido y lo desconocido. En las repisas se dejan cosas, se dejan olvidadas, abandonadas, se dejan para ser más tarde recuperadas, para ser almacenadas o protegidas o puestas fuera del alcance. Es como si todas las superficies horizontales necesitaran ser quebradas para poderse definir a sí mismas. Una vez que se han determinado los elementos, los coloca dentro de las sutilidad de una estructura sencilla, en alféizares, mesas o estantes y siempre en orden y relación con ángulos, verticalidades y huecos. Nos muestra que el arte es un orden de artificios, cualquiera que sea el supuesto naturalismo de la escena, y que nuestro mundo, o su mundo al menos, necesita estructuras efectivas y sencillas para que la luz y el color puedan afectar al ojo de forma diferente y convertirse así en vehículos de una percepción afilada. De este modo resulta que esos pequeños destellos de color en las formas y la luz en el espacio nos hagan dirigirnos al mundo de la analogía poética. Hay ciertos paralelismos de sensibilidad.
Al contemplar los objetos del mundo de Villalón, es fácil que pensemos en la poesía de las cosas de Rainer María Rilke, o mejor aún en la descripción que hizo Jean-Paul Sartre de la poesías de Francis Ponge al llamarlas fenomenología lírica. En uno de los ensayos Ponge apunta que los objetos me dan mucho placer […] Su presencia, su evidencia concreta, su solidez, sus tres dimensiones, su aire palpable de seres a los que no se puede poner en duda. Son mi única razón de ser, o más precisamente mi pretexto; y la variedad de las cosas de lo que en realidad estoy compuesto. Es eso precisamente lo quiero decir: estoy compuesto de su variedad. En las naturalezas muertas de nuestro artista parece ser precisamente esta necesidad de interrelaciones inciertas o ambiguas, dentro de las cuales podemos participar como espectadores, más que cualquier confianza manifestada por el objeto individual, la que afirma su autonomía, excluyéndonos o manteniéndonos a raya.
El afán viajero de nuestro artista le ha servido como excusa formidable para aprender, afianzar y dejar constancia de su sólida formación. Además de España u Holanda, sus cíclicas estancias en Italia, recorriendo Roma, Florencia, Milán, Nápoles, Venecia y la región Toscana, impregnándose del arte de los grandes maestros italianos, han dado unos resultados extraordinarios que no se han hecho esperar. Las calles, edificios y fachadas, rincones y jardines, son una magistral lección de verosímil exquisito. No es ajeno -sin que exista contradicción- a una sabia utilización de los recursos abstractos para muchas partes del cuadro (Ostia Antica, Bar y Via della Pace, serie de Chichón, Termini, Palatino, Piazza Navona, etc). La plasmación en lienzo de los ámbitos de la arquitectura urbana, doméstica y pública, permiten al artista una reutilización mental por parte del espectador al provocar en él en muchas ocasiones la evocación y la meditación. Sus pinturas de exterior como espacio público, son un lugar psicosemiótico donde tienen lugar signos y demandas de sentido, deseos, ficciones y proyecciones de significado. Estos óleos tienen que ver con una apropiación colectiva del lugar y con la emergencia de la mirada. En cierto modo Villalón entra de lleno en la definición baudeleriana del artista que comprende a todo aquel que asuma la tarea de hacer de esta conciencia radical del presente una forma de vida.
Debo recordar que Óscar Villalón presta una especialísima atención al dibujo y a los estudios preparatorios, uno de sus básicos elementos plásticos y quizás el más destacado por el público. El poder de la luz es tan importante que permite múltiples interpretaciones de una misma obra. De esta manera, la variabilidad en la intensidad y la fluidez dan forma al carácter particular de cada uno de sus singulares cuadros. La raíz de su creación se encuentra en el naturalismo y el realismo, logrando con ello, junto con los demás rasgos que lo definen -como es el proceso de creación fundamentado en la metodología y el acercamiento- crear un lenguaje propio que lo diferencian con creces del resto de artistas figurativos.
Para concluir, puedo decir que el trabajo de Óscar Villalón constituye una metáfora que estimula al espectador al ensueño, a la inmersión en la obra. Él mismo describe sus pinturas como viajes en los que se pasea físicamente a través de la superficie. Y viene a cuento recordar lo que expresé líneas atrás, aunque me repita, sobre su pintura: una muestra extraordinaria sobre el silencio, el vacío y la simplicidad, sobre las ligeras perturbaciones del sentimiento.
Os invito a mirar.
Jesús Cámara.
De la Asociación Española de Críticos de Arte (AECA)